domingo, noviembre 04, 2007

El mendigo y el perro - Relato

Blancos copos de nieve caían sobre una acera poco cuidada, en una ciudad a la que nadie le importa ya el nombre. Sobre el sucio asfalto muchos rostros anónimos caminaban mientras miraban con indiferencia a su alrededor, pero sobre todo a un anciano señor que reposaba en el suelo, cobijándose del frío en un portal. Un letrero: “Por favor algo para comer” escrito con tinta deleble y borrosa por las gotas de lluvia caídas de antes. Un escabroso gorro le cubría sus canosas melenas que se movían con el son del viento, debajo de sus labios una barba si cuidar, su rostro, triste, sus ojos, fríos, tal y como la nieve que lograba quedarse en la acera y no era aplastada por las pisadas de gente “media”. Él intentaba clavar la mirada en alguno de aquellos transeúntes, pero todos se la rechazaban, entonces se quedó atónito contemplando como los fríos copos de nieve flotaban por el aire con una libertad impresionante. El ruido de una moneda al chocar contra las pocas que reposaban en otro gorro en el suelo le espabiló.

-¡Muchísimas gracias!-exclamó el vagabundo.

El señor acabó perdiéndose de vista entre la calle, al igual que los últimos rayos del sol desaparecían tras grises nubes, se aproximaba la noche, fría, cruel y sola, típica de invierno. Con las monedas entró al bar más cercano a pedir un bocadillo. De nuevo en el portal acurrucado en su vieja manta el mendigo empezó a comer mientras miraba fijamente como la luminosidad de las farolas iban atenuando a más oscuro. Poco a poco la calle se fue quedando si gente, la hora a nadie le importaba. El vagabundo reclinó la cabeza sobre la pared y cerró sus ojos intentando descansar mientras los copos de nieve le cubrían poco a poco la cara. Escuchó un ladrido, poco a poco fue abriendo sus ojos, frente él un cachorro labrador de apenas una semana le miraba fijamente, el mendigo se arrodilló ante él totalmente incrédulo.

-¿Qué haces solo en una noche tan fría? Eres lo último que me podía imaginar ¿Tus dueños, los has perdido? -preguntaba sabiendo que no iba a obtener respuesta, el perro lo miraba directamente a los ojos, ambos rostros eran tristes- No tengo mucho que ofrecerte, pero mejor en compañía- cogió al perrito en brazos y lo llevó hasta el portal, con cuidado se sentó y lo colocó en sus piernas, poco a poco lo cubrió con la manta dejando al aire su cabeza. El perro cerró los ojos y se durmió, el mendigo los cerró también y se dedicó a pensar, lentamente se fundió en sus sueños.

Ambos despertaron con los primeros rayos del amanecer tras una nube grisácea típica de un invierno frío.

-¿Tienes hambre? –preguntó el vagabundo sin esperar respuesta- toma este trozo de pan que me sobró de ayer- mientras el perro lo comía le dijo- ya lo siento pero he de dejarte, no soy buen dueño para ti- el mendigo se levantó y dejó al perro en el portal. De fondo se escuchaban los sollozos del cachorrito, y el mendigo lo miró directamente hacia sus tristes ojos- anda ven.

Pasaron el día de calle en calle, ganándose alguna monedilla por tocar una melodía con la flauta, el perro le hacía compañía en todo momento, pasaron las horas, y volvió la noche, esta vez en un banco del parque descansaron cubiertos por esa vieja manta, haciéndose compañía el uno al otro, siendo ambos sus mejores amigos.

Si algo caracteriza a los mendigos es su rutina, pasaron los días, y para el vagabundo se le pasó la semana como unos minutos, ahora detestaba la soledad, quería a su fiel amigo el perro, sin nombre, igual que el mendigo, solos y olvidados, tal para cual. En el mismo parque dormían todas las noches, totalmente rutinarios.

La noche era fría, como cualquier otra, el vagabundo no se sentía con ganas de comer y le dio la mitad del bocata al cachorro. Ya no le hablaba, sabía que era inútil, pero amaba su compañía más que su vida. El perro apoyó su cabecita en la rodilla del mendigo mientras este perfeccionaba una almohada con sus pocos harapos, con cariño cubrió al perro rutinariamente con la vieja manta dejando asomarse su pequeña cabeza, sus ojos se fueron cerrando al igual que los del mendigo.
Su última noche. A la mañana siguiente el cachorro se levantó antes que su dueño, y corriendo entre el cuerpo del vagabundo llegó a su cabeza, la empezó a lamer, pero no se despertaba, siguió lamiendo la cara durante un rato y se percató de la situación, comenzó a ladrarle, pero aquella persona no reaccionaba, los sollozos del perro cada vez se hacían más fuertes y dándolo todo por perdido volvió a las piernas del mendigo por debajo de la manta, y allí se quedó acurrucado entre sus piernas y llorando en el interior por el que había sido su mejor amo, y amigo.

Permanecieron olvidados durante mucho tiempo y el mendigo nunca más despertó, olvidados como lo habían sido ambos durante toda su vida, solo recordados el uno por el otro.

2 comentarios:

z3l1 dijo...

excelente relato me provocaron pensamientos sobre el maltrato, y creanme que jamas en mi vida voy a maltratar a un animal y si yo veo a alguna persona maltratando animales, bueno la verdad no se lo que haria pero no lo permitire!!!1

Unknown dijo...

Es un relato muy bonito, pero triste , a decir verdad es la pura relidad, ojala el hombre cambiara y amara a los animales .