Ahí aparece Laika, una pequeña perra reclutada en las calles de Moscú y que fue entrenada durante varios años para viajar a lo desconocido. Laika había sido seleccionada entre centenares de canes porque cumplía con los requisitos físicos -menos de 6 kilos y 35 centímetros de altura-, pero también por su resistencia. Los científicos rusos pensaban que un perro callejero acostumbrado a luchar diariamente por la supervivencia soportaría mejor los entrenamientos que un perro de raza.
La suerte de Laika estaba echada: la perra nunca regresaría a la Tierra y sacrificaría su vida para demostrar la resistencia de los seres vivos a los condiciones de ingravidez.
Laika viajó en el interior de una cabina provista de un arnés especial para combatir los efectos de la ingravidez, bebió agua a través de unos dispensadores e ingirió alimentos en forma de gelatina.
Al parecer, los científicos tenían intención de quitarle la vida tras varios días de órbita, pero un fallo técnico provocó un aumento de la temperatura en el interior de la nave y frustró sus planes.
Laika, que murió a los 10 años de edad, fue el último perro en ser enviado al espacio en una nave sin sistema de retorno.
La URSS anunció que el animal se comportaba bien y que se encontraba en calma realizando su vuelo espacial y que en pocos días Laika volvería a la Tierra descendiendo a bordo de la cápsula del Sputnik 2 y posteriormente en paracaídas. La realidad sería muy diferente.
Lamentablemente, no había manera posible de que este animal pudiese volver a la Tierra vivo, pues aún no se sabía cómo retornar una cápsula a la Tierra y que sobreviviese un ser vivo a bordo de ésta. Los ingenieros rusos planearon mantener a Laika unos 10 días con vida hasta que las reservas de oxígeno se agotasen. (...)
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